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Palacio de Invierno de San Petersburgo por Luispavon bajo licencia cc en Flickr

Solo las personas que conocen San Petersburgo son capaces de entender lo que nos encontramos en estas fragmentos  de Gianni Guadalupi; cuando los leí, encontré que estaban  descritos con una fidelidad y belleza que  me llegaron a impresionar y emocionar. Conocí la ciudad (una de las más hermosas que he visto nunca), en un viaje sin programar, ésto hizo que me perdiera gran parte de las visitas obligadas, pero me dió la ocasión de conocer de un modo natural el sentir de  San Petersburgo, así como a su gente .

A pesar de la grandiosidad  que uno  encuentra en sus edificios, iglesia y palacios  al llegar la sensación de opresión es dificil de explicar. Un viaje inolvidable y recomendable…

Sala antecámara de la Sala Blanca ( acuarela de Ukhtomsky -1866- )

Ningún conquistador demostró más audacia o locura que Pedro el Grande al fundar la nueva capital de su imperio a más de seiscientos kilómetros de la antigua metrópolis; en una región recién conquistada a los suecos y casi desértica, sobre un inseguro pantano donde ejercitos de trabajadores forzados hubieron de derribar bosques enteros para consolidar el terreno antes de construir.

Sala de Pedro el Grande . Acuarela- E Hau 1863

Fueron enrolados como soldados, más de ciento cincuenta mil obreros, en cuatro años, además de los prisioneros de guerra suecos ; y allí perecieron en su mayoría, de fiebre, de hambre y diversas epidemias. Faltos de carretillas debían de transportar el materíal en sus mantos.

Con objeto de que todos los esfuerzos del país convergieran en aquel aguazal, un edicto de 1714 prohibió  bajo pena de confiscación y de destierro erigir edificios de piedra en toda Rusia, salvo en la ciudad naciente; y todos los nobles se vieron obligados, también por decreto, a construirse en San Petersburgo un palacio acorde con  sus bienes.

Si Pedro fue el padre de la nueva ciudad Catalina II fue le madre y le dió en gran parte el rostro que todavía conserva.» Los grandes edificios», declaró Catalina,» son el símbolo de un gran reino «, tan elocuentes como las grandes acciones»

La Galeria 1812, 1862.( acuarela de E. Hau )

Catalina reunió a los mejores arquitectos, artistas pintores de la época para que trabajaran para ella plasmando en los distintos palacios  sus aficiones, decorando sus aposentos y transformando la ciudad siguiendo sus ordenes. Llamó a Jean Baptiste Vallin de la Mothe para construirle lo que llamaba su «pequeño refugio» destinado a albergar, además de las colecciones de arte imperiales, las veladas entre amigos intimos, lejos de los rigores de la etiqueta cortesana: el Ermitage.

Para la etiqueta y la corte se reservaba el adyacente Palacio de Invierno. Bartolomeo Rastella lo había empezado en 1754 para la anterior zarina, Isabel, y desde entonces hasta la revolución el edificio fue la residencia invernal de los zares.

El palacio se  alza en el corazón de la ciudad, hospedaba en sus hectáreas de estancias una población oficial de seis mil personas, dedicadas todas a atender a la familia imperial. Pero también se instalaron en él de un modo artero pequeñas tribus invasoras que permanecieron ignoradas durante generaciones.

Su hábitat era la planta baja, construían chocitas dentro de las inmensas chimeneas y sus cabras comían la hierba que crecía entre las baldosas resquebrajadas por la  incesantes obra de hielos y deshielos, mientras sobre sus cabezas el dueño de la casa recibía  a ministros y embajadores y celebraba bailes de gala.

En los sótanos habitaban gran cantidad de personajes que vivían de las considerables sobras de las plantas superiores. Los ratones también fueron inquilinos habituales y permanentes de los desvanes , más cómodos y soleados ; de esta forma el palacio estaba copado.

Quizá fueron estos inquilinos fantasma  los que  provocaron el incendio que en 1837 lo destruyó por completo. Reducido a un cascarón vacio coronado por estatuas ennegrecidas y semifundidas, el Palacio de Invierno fue reconstruido exactamente igual que estaba en el breve plazo de un año, por orden del zar Nicolás I.

La escalera de gala o de los embajadores (acuarela)

Y como un deseo imperial no podía ser discutido, se desplegaron inauditos esfuerzos para terminar el trabajo en la fecha señalada.

Se encerró a seis mil obreros, en estancias caldeadas a treinta grados para secar a tiempo las paredes, mientras el termómetro descendía  a más de veinte grados bajo cero. Sometidos a estas oscilaciones de temperatura los artesanos morían como moscas, pero la única preocupación del director de la obra era tener siempre a mano el necesario número de sustitutos.

El palacio de Invierno se abría con todo su esplendor con ocasión de los bailes cortesanos.

El zar entraba escoltado por toda la familia en orden de parentesco, la orquesta oculta tras un naranjal portatil, iniciaba los primeros compases de una polca. El Palacio, se abría a una muchedumbre aún mayor el día de la Epifanía ortodoxa.

Pero comentar de que modo se sucedían  las ceremonias y fiestas que se daban en el palacio, merece otro capítulo.